Capítulo 29: Chocolate.
Chocolate.
Me encontraba junto a los militares aliados, compartiendo aquella mañana de
alegría. Se me ocurrió pedirles un cigarrillo. Pero al verme, con mi metro
setenta, escuálida y famélica, uno de ellos decidió darme todo el chocolate que
llevaba consigo. Sin pensármelo engullí cinco tabletas de sopetón. Al final
tomé también un cigarrillo que me haría toser más de lo esperado. Y por si
fuera poco, también el chocolate me haría enfermar. Estaba demasiado
acostumbrada a la sopa de ortigas como para comer otras cosas infinitamente más
ricas con total normalidad. Además mi estómago no estaba acostumbrado a la
ingesta de cantidades grandes de comida.
Aquella mañana comprendí que mi vida,
pausada hasta el momento, volvería a ponerse en marcha. Y que el mundo lo haría
al mismo tiempo.
Los ciudadanos de Arnhem y Velp volvimos a
tener acceso a la comida, mantas, medicinas y ropa, gracias a la llegada de la
Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación
(UNRRA).
La UNRRA, precursora de Unicef, envió a la
población miles de cajas con víveres: leche en polvo, galletas, queso y todo
tipo de delicias. Mientras tanto, los colegios se convirtieron en centros de
ayuda y fui atendida junto con el resto de la población infantil.
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