Capítulo 3: La rectitud es la clave.
La rectitud es la clave. Esa es la mejor
forma de definir a mi madre. Tal vez no fuese la más cariñosa del mundo, pero
sí la más preocupada. Siempre se aseguró de que no nos faltase de nada ni a mí
ni a mis hermanos mayores Ian y Alexander.
Mi madre tenía veinticuatro años y dos
hijos cuando su primer matrimonio fracasó. Tras el divorcio se quedó con el
título nobiliario de baronesa, con algunas propiedades y con un pequeño séquito
de sirvientes que iba detrás de ella a todas partes.
Siempre recta, responsable y correcta. Me
resultaría imposible olvidar las tardes en las que paseaba con ella de niña. Lo
miraba todo a mí alrededor con los ojos bien abiertos porque no quería perderme
absolutamente nada del mundo. Quería saber más del mundo que me rodeaba y
descubrir los significados de todas las cosas. Entender y conocer el mundo.
Pero mi madre no era precisamente muy fanática de mi curiosidad. Ella siempre
me decía que fuese discreta y formal porque eso era lo mejor.
Pasear con los pies sobre el suelo no es
tan divertido ni emocionante como volar en aeroplano, pero siempre pensé que
fuera a donde fuese, tendría la posibilidad de descubrir o conocer algo nuevo.
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