Capítulo 14: Volvamos a bailar.
Volvamos a bailar. Sí, de nuevo aquello me
salvó. Harta de volver llorando de las clases en el instituto local porque no
entendía el holandés, comprendí que debía hacer como mi madre: debía ser una
mujer práctica y adaptarme a todo con una sonrisa. Eso mismo hice, comprendido
los múltiples cambios como hechos naturales en la vida. Mi madre me apuntó a
clases de danza en el conservatorio de Arnhem, así, de nuevo, todo fue
adquiriendo una dulce rutina. Expresarme con el cuerpo gracias al ballet en
lugar de con las palabras, me resultaba de mucha ayuda.
Pronto me encontré deseando la llegada de
las fiestas para volver a ver a mi tío Otto y a una prima con la que jugaba de
niña. En Holanda, la conocida como “esa bomba de guerra” seguía presente. Ya se
había hecho con Checoslovaquia y Polonia, pero al ser Holanda un país neutral
todos estaban convencidos de que allí no habría problema. Y por lo tanto, por
supuesto, yo les creía.
Mi madre se dedicó a llevarme a conciertos
y a espectáculos de danza y teatro. Sentí la cultura de Arnhem en cada poro de
mi piel. Esta era rica y exquisita. No podía evitar pensar, a cada espectáculo
al que asistía, que algún día sería yo la artista que bailaría sobre el
escenario con su precioso tutú y una radiante sonrisa.
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