Capítulo 18: Bailando, bailando y bailando...
Bailando, bailando y bailando… La danza era
apenas uno de los pocos placeres que conservaba.
Con los alemanes conocí el hambre, un nuevo
dolor que me entristecía. Incluso era capaz de pasarme días enteros en cama,
leyendo únicamente para no pensar en el hambre que tenía. Sabía que en el campo
algunos granjeros sorteaban la escasez de su producción, compartían e
intercambiaban comida por los objetos de valor de los ricos más hambrientos.
Por mi parte, me acostumbré a comer pan verde, hecho con harina de guisantes,
probé los bulbos de tulipán y hasta las galletas de perro cuando sorprendí a
mis hermanos con ellas. Mientras tanto, lo único que podíamos hacer era
esperar. Yo estaba convencida de que pronto todo aquello terminaría, y trataba
de contagiar a los demás con mi optimismo.
Por supuesto, seguía bailando. Las clases
de danza suponían una buena forma de evadirme de la horrible realidad social y
personal. No obstante, comencé a sentir que el agotamiento me atacaba antes y
entorpecía mis movimientos porque no podía permitirme comer lo suficiente como
para reunir fuerzas. Aun así sabía que nunca me rendiría. Estudiaba durante
horas y disfrutaba de las revistas de ballet que todavía me quedaban. Mi
profesora, Winja Moarova, estaba muy orgullosa de mí. Me convertí entonces en
su ojito derecho. Ella siempre pensó que yo tenía algo especial al bailar y que
era capaz de hechizar a mis espectadores.
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