Capítulo 25: La fila.

 

    La fila. Una de esas mañanas frías, tristes y oscuras de invierno, un grupo de soldados alemanes bien armados nos ordenaron disponernos en fila a las mujeres que encontraron por la calle. Inmediatamente me puse a recitar el padre nuestro en holandés para apartar un poco el miedo de mi ser. Nos hicieron subir a tres camiones. Sin pensárselo estos comenzaron a avanzar por las calles de Arnhem. A mí alrededor tan solo podía ver los rostros asustados de las otras mujeres y niñas cuyos destinos estaban en manos de aquellos monstruos.

  Cuando los solados comenzaron a golpear y a identificar a los ciudadanos judíos, perfectamente indicados con la estrella de David cosida en su ropa, escuché un tremendo estruendo provocado por las armas al chocar contra los cuerpos de las prisioneras. En aquel momento me olvidé de que tenía miedo y salté del camión. No corrí porque sé que habría sido en vano y que probablemente habría muerto con aquel acto. Más bien permanecí debajo del camión, encogida como un cachorrito, echa un ovillo, dejando que las cuatro ruedas del camión pasaran por los extremos. El camión pasó. Desapareció. Y de nuevo estaba sola, en una calle desértica, escapando de la muerte y volviendo a convertirme en la dueña de mi propio destino. 


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