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Mostrando entradas de mayo, 2021

Capítulo 18: Bailando, bailando y bailando...

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     Bailando, bailando y bailando… La danza era apenas uno de los pocos placeres que conservaba.     Con los alemanes conocí el hambre, un nuevo dolor que me entristecía. Incluso era capaz de pasarme días enteros en cama, leyendo únicamente para no pensar en el hambre que tenía. Sabía que en el campo algunos granjeros sorteaban la escasez de su producción, compartían e intercambiaban comida por los objetos de valor de los ricos más hambrientos. Por mi parte, me acostumbré a comer pan verde, hecho con harina de guisantes, probé los bulbos de tulipán y hasta las galletas de perro cuando sorprendí a mis hermanos con ellas. Mientras tanto, lo único que podíamos hacer era esperar. Yo estaba convencida de que pronto todo aquello terminaría, y trataba de contagiar a los demás con mi optimismo.    Por supuesto, seguía bailando. Las clases de danza suponían una buena forma de evadirme de la horrible realidad social y personal. No obstante, comencé a sentir que el agotamiento me atacaba ant

Capítulo 17: Edda van Heemsa.

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      Edda van Heemsa. Encontré unos papeles para matricularse en el instituto con ese nombre. En cuanto vi a mi madre aquella mañana, Ella van Heemsa, y pensando que alguien muy descuidado debía haber escrito mal su nombre, le pregunté si iba a matricularse en el instituto. La mujer se rio y me dijo que no, que esos papeles no eran para ella sino para mí. Mi madre me explicó que a partir de aquel momento, de puertas hacia fuera, sería conocida como Edda van Heemsa en lugar de Audrey Ruston. Por lo visto los alemanes odiaban demasiado a los británicos y mi nombre me delataba. Aun sin tener todavía muy claras las pretensiones de mi madre, esta insistió en que si debía falsificar algún documento le resultaría más fácil cambiar sus dos “ll” por mis nuevas dos “dd”. Aquel día, a mis once años, me di cuenta de que ya no tenía mucho que perder, porque ahora me faltaba hasta mi nombre.     Con el tiempo se estableció un racionamiento de víveres y productos básicos, de los cuales, la mayoría

Capítulo 16: Dificultades.

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       Dificultades. Supe que iba a vivir una vida de dificultades en aquel momento. Tras una larga tradición de paz, los soldados holandeses no estaban preparados afrontar una guerra, y tampoco para defendernos del ataque. Tras sufrir un bombardeo en Rotterdam, el Gobierno y la familia real escaparon del país en un vuelo que los llevaría a Londres. Desde allí coordinarían, con poco éxito, la defensa del ejército nacional. En la misma semana, los alemanes atacaron La Haya con bombas incendiarias. Tras perder sus aviones y buena parte de la maquinaria bélica, Holanda terminó por rendirse.      Empecé a evitar a los soldados que se paseaban por las calles. Me escondía de ellos por temor. Entendí que disfrutar de la cultura holandesa por el momento tendría que esperar.      Mi madre, mis hermanos y yo, nos instalamos con el tío Otto y la tía Miesje en el castillo de Zijpendaal. Veíamos como nuestras joyas y demás objetos de valor iban mermando poco a poco. Nos hacíamos más pobres, y n

Capítulo 15: Once años.

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      Once años. Once años cumplía el nueve de mayo de 1940. Mi madre me hizo el mejor regalo del mundo. Resultó que la compañía de danza inglesa Dadler´s Wells Ballet estaba de gira en Arnhem. Ya protagonista era la joven Margot Fonteyn, la primera bailarina del Royan Ballet. Estaba tan emocionada por ver a mi ídolo, que mi madre me encargó un vestido largo de tafetán solo para la ocasión. Era un vestido precioso. Mi primer vestido largo, con cuello redondo un lacito, y un botón pequeño en la parte delantera. Con él podía sentirme como toda una princesa.    Al acabar la función tuve la oportunidad de subirme al escenario. Me sentí como una estrella, con mis zapatos y mi largo y precioso vestido. Aquello era mi vida y mi futuro, estaba convencida de ello.    Por primera vez, en la que consideré una dulce noche, me fui a dormir más tarde que de costumbre. A las tres de la madrugada, el ejército alemán cruzó la frontera e invadió Holanda, Bélgica y Luxemburgo.   A la mañana siguiente to

Capítulo 14: Volvamos a bailar.

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       Volvamos a bailar. Sí, de nuevo aquello me salvó. Harta de volver llorando de las clases en el instituto local porque no entendía el holandés, comprendí que debía hacer como mi madre: debía ser una mujer práctica y adaptarme a todo con una sonrisa. Eso mismo hice, comprendido los múltiples cambios como hechos naturales en la vida. Mi madre me apuntó a clases de danza en el conservatorio de Arnhem, así, de nuevo, todo fue adquiriendo una dulce rutina. Expresarme con el cuerpo gracias al ballet en lugar de con las palabras, me resultaba de mucha ayuda.     Pronto me encontré deseando la llegada de las fiestas para volver a ver a mi tío Otto y a una prima con la que jugaba de niña. En Holanda, la conocida como “esa bomba de guerra” seguía presente. Ya se había hecho con Checoslovaquia y Polonia, pero al ser Holanda un país neutral todos estaban convencidos de que allí no habría problema. Y por lo tanto, por supuesto, yo les creía.     Mi madre se dedicó a llevarme a conciertos

Capítulo 13: Cambios, cambios y más cambios.

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       Cambios, cambios y más cambios. Era todo lo que conocía yo en aquel momento. Echaba de menos la escuela en Inglaterra. Me costaba entender las constantes mudanzas a lo largo de los primeros meses en Holanda. También me costaba adaptarme al nuevo idioma y la nueva vida familiar. Al principio nos instalamos con los abuelos en el castillo Zijpendaal en Arnhem, luego nos fuimos los cuatro (mi madre, mis hermanos y yo) a un apartamento, y finalmente terminamos en una casita adosada. ¿Dónde estaba mi verdadero hogar? Con tantos cambios no podía saberse. 

Capítulo 12: Otro nudo.

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      Otro nudo. Otro nudo volvió a formarse en mi diminuto estómago cuando supe que volvería a ver a mi padre. Mi madre contactó con mi padre para mandarme a Londres con él mientras que ella viajaría hasta Holanda desde Bélgica. El cambio me emocionó muchísimo porque llevaba tanto tiempo sin ver a mi padre que solo esperaba contarle las mil y una cosas que me habían sucedido en el internado y durante el verano.    Por desgracia el aeropuerto de Gatwick estaba cerrado, por lo que mi padre tuvo que conducir lo más rápido que pudo hasta el aeródromo de Sussex. Lejos del reencuentro emotivo que yo separaba me encontré con un Joseph Ruston muy nervioso y lacónico que nunca me miraba a los ojos y llevaba solo una maleta. Entendí entonces que no íbamos a estar juntos.    Terminé en un avión de color naranja, el color nacional de Holanda, el mismo país hacia el que me dirigía, dónde me reunirían con mi madre y mis hermanos. Allí estaría a salvo, o al menos eso era lo que pensaban los adul

Capítulo 11: Felicidad truncada.

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     Felicidad truncada. Sí, así es. Mientras yo pasaba un maravilloso verano en Folkestone con mi madre y una familia de amigos, plenamente feliz por la tranquilidad del lugar y por los eventos del internado, el mundo vivía uno de sus momentos más convulsos. Cada vez más escuchaba a mi pobre madre comentar aquellos asuntos de política tan tristes. A principios de septiembre, justo cuando el curso ya estaba empezado, supe que Alemania había invadido Polonia. Por su parte, Inglaterra se asoció con Francia, Nueva Zelanda y Australia para declararle la guerra a los alemanes. Estábamos en guerra. Y mi felicidad, al igual que la del resto de los seres humanos, se veía terriblemente truncada por ello. 

Capítulo 10: El recital.

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       El recital. Aquel evento se convirtió en uno de los más importantes sino de mi vida de mi infancia al menos. El cuatro de mayo de 1939, el día en que yo cumplía los diez años, mi madre vino a verme bailar al internado. Recuerdo que aquella mañana me levanté con un nudo en el estómago, me sudaban las manos y no podía para de temblar. Pero cuando subí al escenario todos aquellos nervios se esfumaron. Las cabezas flotantes que me miraban desaparecieron y me centré únicamente en la ejecución de mis correctos movimientos corporales. La sensación de volar libre sobre el escenario y de recibir la ovación de mis profesores de danza, mis compañeras y especialmente el de mi madre aplaudiendo de pie, lo supuso todo para mí. A partir de aquel día Miss Ridgen´s School se convirtió en un lugar realmente maravilloso para mí. 

Capítulo 9: Danza.

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     Danza. ¿Quién me iba a decir a mí que la danza se convertiría en un indispensable en mi vida? En el internado adoraba la historia, la mitología y la astronomía. Por lo contrario odiaba profundamente las matemáticas. ¿Para qué las quiero? No sirven para nada de nada. Todos lo saben, aunque no lo dicen. Son definitivamente difíciles e inútiles.   Pero estaba ella… la danza. Con la danza alcancé mi gloria. El baile se convirtió en un sueño de inmediato para mí.   La profesora Norah Ridgen, maestra del centro y discípula de la gran bailarina y coreógrafa Isadora Duncan, y otro profesor proveniente de Londres, me enseñaban ballet.   De ese modo, y gracias al baile, desarrollé una hermosa capacidad para exteriorizar mis sentimientos y canalizar todas mis energías a través de mi pequeño cuerpo de apariencia delicada y fuerte sentimiento. 

Capítulo 8: Un divorcio formalizado.

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      Un divorcio formalizado. Mis padres se divorciaron del todo cuando yo tenía nueve años. Mi custodia, por supuesto, se la quedó mi madre. Mi padre le pidió permiso para venir a visitarme al internado, y como a todos nos pareció natural, ella no se negó. No obstante, el siempre voluble Joseph Ruston, tan solo vino a visitarme al internado en cuatro ocasiones. 

Capítulo 7: Miss Ridgen´s School.

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    Miss Ridgen´s School. Allí es dónde fui a estudiar. Tras pasar el verano de 1937 en Elham (en el condado de Kent) con una familia, comencé a estudiar en el internado Ridgen´s School.    Siendo una niña introvertida, algo insegura y con un inglés todavía no muy bueno, de pronto me vi totalmente sumergida en aquel nuevo hogar. Ridgen´s School era una escuela femenina dirigida por seis hermanas apellidadas como el propio internado.    A pesar de que me divertía jugando con las otras niñas y de llevarme estupendamente bien con los profesores, siempre me sentí un poco intranquila e inquieta. Era rotundamente incapaz de pasarme tantas horas sentada mirando a una pizarra o a un libro. A diario mi mirada se desviaba hacia la ventana, deseando que llegase la hora del recreo para poder explorar otros mundos. El aula a veces podía ser un lugar un tanto asfixiante. Pero estaba bien, en general el internado estaba bastante bien. Yo crecía haciéndome cada vez más independiente a gusto de mi madr